EL GUANDO
Hace muchísimos años vivía un hombre muy
avaro, incivil, terco y malgeniado, que no le gustaba hacer obras de caridad,
ni se compadecía de las desgracias de su prójimo. Los pobres del campo acudían
a él a implorar ayuda para sepultar a algún vecino, pero contestaba que él no
tenía obligación con nadie y que tampoco iba a cargar un mortecino. Que les
advertía, que cuando él se muriese, lo echaran al río o lo botaran a un zanjón
donde los gallinazos cargaran con él.
Por fin
se murió el desalmado, solo y sin consuelo de una oración. Los vecinos que eran
de buen corazón, se reunieron y aportaron los gastos del entierro. Construyeron
la camilla y cuando lo fueron a levantar casi no pueden por el peso tan
extremado. Convinieron en hacer relevos cada cuadra, a fin de no fatigarse
durante el largo camino al pueblo. Al pasar el puente de madera, sobre el río,
su peso aumentó considerablemente, se les zafó de las manos y el golpe sobre la
madera fue tan fuerte que partió el puente y el muerto cayó a las enfurecidas
aguas que se lo tragaron en un instante.
Al momento los hombres acompañantes bajaron a la
corriente y buscaron detenidamente pero no lo hallaron ni a él ni al andamio.
Lo que sí ha quedado por el mundo es su aparición fantasmagórica que atormenta
a los vivos, haciendo estremecer al más valiente con el ruido de los lazos
sobre la madera en un continuo y rechinante "chiqui, chiqui, chiqui
cha...".
Sus apariciones más seguras se verifican en la
víspera de los difuntos, o sea en las fiestas de las Animas; en los lugares
aledaños a los cementerios, causando gran pavor a la tétrica procesión,
portando sus acompañantes coronas, cirios y rezando en voz alta: de vez en
cuando se oye una voz cavernosa e imperativa que dice: "meta el hombro
compañero... "
CARRAO
Cuentan los patriarcas llaneros
que hace muchos años, en las inmensas llanuras colombo-venezolanas existieron
dos hombres muy famosos por su autosuficiencia en la vida recia del hombre
sabanero; eran compañeros inseparables y conocidos plenamente por apodos o
motes: a uno le decían Carrao y al otro Mayalito El primero, ósea
"Carrao", era un hombre de esos llaneros que nunca conocen el miedo y
sienten placer desafiando el peligro; hombre resuelto, amigo de los caminos en
las noches oscuras, gran baquiano (experto) de la llanura y extraordinario
jinete, ningún caballo había logrado quitárselo de los lomos por muy bravo que
fuera, como nunca un toro bravo había logrado tocarlo con sus cuernos. El
Carrao era feliz andando en plenas tormentas nocturnas, no le importaba que su
caballo fuera salvaje, más hombre se sentía, era tanta la confianza que se
tenía que sabía que nunca se caería de un caballo, pues sus piernas habían
nacido para domar caballos fieros.
Mayalito, su inseparable compañero y amigo, por el contrario era su polo opuesto; un hombre aplomado, juicioso y talentoso en todos sus aspectos, fiel sabedor de que con la naturaleza llanera no se puede jugar demasiado por que es severa, claro que sin dejar eso así, de ser un hombre de gran coraje como todo buen llanero. Ese era Mayalito, el que hizo un inventario de advertencias a su compañero, las cuales nunca fueron atendidas ni obedecidas, pues la rebeldía y el coraje del Carrao constituían un patrimonio muy suyo, del cual no era fácil olvidarse de buenas a primeras porque con esas características había nacido.
Una tarde, cuando el sol palidecía y la noche comenzaba a imponer su color sobre la llanura, se advertía en el horizonte cercano una horrible tempestad que hacía pensar que la noche iba a ser tormentosa, se fue al mangón y amarró el caballo que estaba trochando, lo trajo al corral, lo ensilló y le pegó la morgalla, cagalerona soga y montándose en el brioso caballo se despidió de Mayalito. Abrió la puerta de trancas del corral y en medio de candelosos rayos se fue alejando en la oscuridad de la sabana, esta vez... para nunca regresar.
"Mayalito", al ver que su amigo y compañero no regresó, se dio la tarea de buscarlo en todas las noches oscuras por los distintos rumbos de las comunales sabanas, especialmente por las partes que sabía que al "Carrao" le gustaba frecuentar.
Fueron muchas las noches que Mayalito anduvo gritando incesantemente a su compañero "Carrao", "Carraoooo", escuchando solo la respuesta producida por el eco de su voz. Una noche, Mayalito acortaba una travesía en medio de una tormenta de rayos, a la luz de un relámpago vio que algo brillo a los pies de su caballo, se apeó e inspeccionó el objeto, se sorprendió cuando lo identificó pues se trataba de las zapatas del freno metálico del apero de "Carrao", las alzó y las llevó consigo.
Desde entonces puso énfasis en la búsqueda de su compañero, pensó que algo le había ocurrido y que no estaría muy lejos de allí; continuó su tarea noche tras noche, hasta que Mayalito tampoco regresó nunca más al hogar, se lo tragó la sabana junto con Carrao. Mayalito se convirtió en un ave que vuela en las noches oscuras produciendo un canto: Carraoooo, Carraoooo.
Mayalito, su inseparable compañero y amigo, por el contrario era su polo opuesto; un hombre aplomado, juicioso y talentoso en todos sus aspectos, fiel sabedor de que con la naturaleza llanera no se puede jugar demasiado por que es severa, claro que sin dejar eso así, de ser un hombre de gran coraje como todo buen llanero. Ese era Mayalito, el que hizo un inventario de advertencias a su compañero, las cuales nunca fueron atendidas ni obedecidas, pues la rebeldía y el coraje del Carrao constituían un patrimonio muy suyo, del cual no era fácil olvidarse de buenas a primeras porque con esas características había nacido.
Una tarde, cuando el sol palidecía y la noche comenzaba a imponer su color sobre la llanura, se advertía en el horizonte cercano una horrible tempestad que hacía pensar que la noche iba a ser tormentosa, se fue al mangón y amarró el caballo que estaba trochando, lo trajo al corral, lo ensilló y le pegó la morgalla, cagalerona soga y montándose en el brioso caballo se despidió de Mayalito. Abrió la puerta de trancas del corral y en medio de candelosos rayos se fue alejando en la oscuridad de la sabana, esta vez... para nunca regresar.
"Mayalito", al ver que su amigo y compañero no regresó, se dio la tarea de buscarlo en todas las noches oscuras por los distintos rumbos de las comunales sabanas, especialmente por las partes que sabía que al "Carrao" le gustaba frecuentar.
Fueron muchas las noches que Mayalito anduvo gritando incesantemente a su compañero "Carrao", "Carraoooo", escuchando solo la respuesta producida por el eco de su voz. Una noche, Mayalito acortaba una travesía en medio de una tormenta de rayos, a la luz de un relámpago vio que algo brillo a los pies de su caballo, se apeó e inspeccionó el objeto, se sorprendió cuando lo identificó pues se trataba de las zapatas del freno metálico del apero de "Carrao", las alzó y las llevó consigo.
Desde entonces puso énfasis en la búsqueda de su compañero, pensó que algo le había ocurrido y que no estaría muy lejos de allí; continuó su tarea noche tras noche, hasta que Mayalito tampoco regresó nunca más al hogar, se lo tragó la sabana junto con Carrao. Mayalito se convirtió en un ave que vuela en las noches oscuras produciendo un canto: Carraoooo, Carraoooo.
Vivía en tiempos de la Colonia un hombre cuya entre tensión y oficio cotidiano era la "cacería". Para él no había fiestas profanas ni religiosas; no había reunión de amigos ni paseos; nada le entretenía tanto como salir a "cazar" venados al toque de la oración, en los bosquecillos aledaños; borugos a la orilla del río por entre los guaduales; los guacos, charolas, guacharacas y chilacoas por los montes cercanos a los pantanos, ciénagas y lagunas. El producto de la cacería constituía el sustento de la familia y su único negocio.
En aquel caserío tenían una capilla donde celebraban las
ceremonias más solemnes del calendario religioso. Tenía unas ventanas bajas y
anchas que dejaban ver el panorama y para que el aire fuera el purificador del
ambiente en las grandes festividades.
Llegó la celebración de la Semana Santa. Los fieles
apretujados llenaban la capilla, oyendo con atención el sermón de "las
siete palabras". Los feligreses estaban conmovidos. Reinaba el silencio...
apenas se percibían los sollozos de los pecadores arrepentidos y los golpes de
pecho.
Allí estaba el cazador, en actitud reverente, uniendo
sus plegarias a las del Ministro de Dios, que en elocución persuasiva y
laudatoria hacía inclinar las cabezas respetuosamente.
De pronto, como tentación satánica, entró un airecillo
que le hizo levantar la cabeza y mirar hacia la ventana. Por ella vio, pastando
en el prado, un venado manso y hermoso. Que maravilla! Esto era como un regalo
del cielo! estaba a su alcance... a pocos pasos de distancia. Rápido salió por
entre la multitud en dirección a su cabaña.
Fue tanta la emoción del hallazgo que no se acordó del
momento grandioso que significa para los cristianos el día de viernes Santo.
Tampoco se fijó en el momento sagrado de la pasión de Cristo. Salió con su
escopeta y su perro en busca de la presa. Ya el animal había avanzado unas
cuadras hacia el manantial. El cervatillo al verse acosado paró las orejas y se
quedó inmóvil, como esperando la actitud del hombre. Este al verlo plantado le
disparó, pero en ese mismo instante el animal huyó.
Perro y amo siguieron las pistas, lo alcanzaron y, al
dispararle de nuevo, se realizaba el mismo truco. El afiebrado cazador no medía
ni el tiempo, ni la distancia. Seguía... seguía... cruzaba llanos, montañas,
cañadas, colinas, despeñaderos, riscos y sierras. Llegó por fin a la montaña
cuando las tinieblas de la noche dominaban la tierra.
La montaña abrió sus fauces horripilantes..! El cazador
penetró... y nunca más volvió a salir de ella. Dicen que la montaña lo devoró.
http://cindy-floresypaisajes.blogspot.com/2009/06/mitos-y-leyendas-de-colombia.html
EL ANIMA
Es
una creencia que está todavía muy arraigada en la masa campesina. Su devoción
data desde los primeros colonizadores. La representan como una mujer que padece
tormentos en el purgatorio y recorre los caminos con las manos atadas con
cadenas. La leyenda que corre de boca en boca no se parece en nada a la citada
en la Sagrada Escritura en relación con la "sed de Cristo".
Dicen que en Jerusalén tenían mujeres destinadas
a darles de beber a los que sacrificaban en la cruz. La tarde del Viernes Santo
le tocó subir al Calvario a una joven: Celestina Abnegada. Del ánfora dio a
beber a Dimas y a Gesta, los dos ladrones que acompañaban a Jesús. Al salvador
lo despreció y por eso Él la condenó a sufrir la sed y el calor constante de
las llamas del Purgatorio.
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