LEYENDAS


LA LLORONA
Cuenta esta leyenda que había una señora que era muy celosa con el marido, quien tenía que llevarla a todas partes, incluyendo lógicamente todos los parrandos que son habituales en el llano. Dio la casualidad que para el cuatro de diciembre, día de Santabárbara, patrona de Arauca, los invitaron a una fiesta a la cual ella no pudo asistir. Pasado algún tiempo un vecino que regresaba de la fiesta y que estaba enamorado de Casilda, le contó que había encontrado a su propia mamá con esposo en la cama. La mujer que de por sí era extremadamente celosa, juró vengarse de su propia madre, y así fue. Cuando muy por la mañana su madre le llevó el café calientito a la cama como lo hacía siempre, Casilda, sin pensarlo dos veces tomó el cuchillo y le dio seis puñaladas, dejándola herida de muerte. Salió del rancho y le prendió fuego sin importarle que dentro que daban la madre moribunda y su pequeño hijo acostado en el chinchorro.
La mamá de Casilda en la agonía de no poder salvarse ni salvar a su nieto le gritaba a su hija maldita, maldita. Mataste a tu hijo y a tu propia madre que te trajo al mundo. Vagarás por el mundo y por siempre persiguiendo hombres y no descansarás en paz por toda la eternidad. 





EL SILBÓN



Dicen que El Silbón era un muchacho mimado, un joven que había crecido con tales excesos de libertad que, en su adolescencia, se fue de casa simplemente porque le apetecía “ver mundo” y hacer “lo que le diera la gana”. Fuera de casa, El Silbón llevó una vida libertina en la que las fiestas, los excesos de alcohol y el sexo desenfrenado y promiscuo estaban a la orden del día. Como era violento, cuentan que mató a varias personas y que por ello estuvo muchas veces en prisión (no se sabe cómo salía tan rápido). Pero finalmente El Silbón se cansó de todos los golpes y maltratos que le costaban los excesos de su vida pendenciera y libertina, por lo cual un buen día volvió al rancho de sus padres y allí, pese a todas sus atroces proezas, fue recibido con alegría y afecto. Ya pasados algunos días, El Silbón invitó a su padre de cacería; y, cuando estaban algo adentrados en el bosque después de que el muchacho gritara al padre por un buen rato, encontraron un árbol delgado y torcido que les obstaculizaba el paso. Surgió entonces el siguiente diálogo entre el hijo y su padre:
Papá, ¿por qué no enderezas ese palo?  Está atravesando el camino. ¿Por qué no lo enderezas?”
¡Ay, hijo!, ese ya no se puede enderezar, debía hacerse cuando estaba tierno, cuando estaba chiquito, ya está muy formado y crecido, ya no se puede.
¡Ah! Si usted sabía que las cosas torcidas se enderezan cuando están pequeñas: ¡¿por qué entonces no me enderezó cuando podía, cuando estaba a tiempo?! Usted me dejó crecer malo, torcido y caprichoso… No sabe cuánto he sufrido por eso. He tenido que matar tanta gente y sufrir tantos golpes para estar vivo ahora…Llegado el momento, el hijo le confesó al padre que pensaba matarlo, que tenía que vengarse por todo lo que había sufrido por culpa de él. Así y sin darle tiempo de huir, lo agarró del cuello, lo apuñaló y le sacó las partes (hígado, corazón y pulmón) con que se hace el asado. Después dejó el cuerpo tirado y fue a casa con las partes de su padre para que la madre hiciera un asado…No obstante la madre se dio cuenta del crimen, entró en ira, lo maldijo y, junto al hermano y el abuelo, lo ataron, le arrancaron la piel de la espalda a latigazos, le frotaron ají, lo exiliaron para siempre de casa y mandaron al perro Tureco para que lo persiga, lanzándole la maldición de que sería errante y no tendría descanso pues oiría los ladridos del perro cada vez que se detuviera a descansar.



LA BOLA FUEGO


Cuentan los viejos llaneros que hace cientos de años existía en los llanos orientales una mujer muy hermosa con un cuerpo de palma real y una larga, negra y fina cabellera que pendía hasta sus caderas, un cutis piel canela y unos lindísimos ojos grandes azules. Esta codiciada mujer silvestre se casó con un hombre recio y faculto, conocedor de la sabana, que respondía al nombre de Esteban. La existencia matrimonial fue relativamente corta. De esta unión alcanzaron a nacer dos hijos hombres, el primero llevó el nombre de Sigfredo y el segundo heredó el de su padre, Esteban. Don Esteban, el amo de la casa, era un hombre parrandero, toma trago y jembrero; músico y extraordinario coplero. Un buen día, don Esteban se alistó para ir a un San Pascual Bailón, nombre que se le da en el llano a las fiestas sabaneras, pero por razones que solo él sabía, no quiso llevar a su esposa Candelaria, situación que despertó violento disgusto en la linda mujer criolla y, tanto sería su ira, que la fatal decisión de que si Esteban no la llevaba, pues él tampoco iría ni a éste ni a ningún San Pascual Bailón. Sin pensarlo dos veces Candelaria tomó un hacha de rajar leña y en presencia de sus dos hijos mató a su esposo, obligando a sus dos retoños a ayudar para enterrarlo en la sabana. Doña Candelaria al quedar viuda fue objeto de un ramillete de galanes llaneros que querían reemplazar al difunto, pero ninguno fue aceptado por la bella orquídea. La viuda Candelaria se dedicó como madre a levantar a sus dos hijos, sin permitir que nadie mancillara su condición de mujer viuda. De esta forma transcurrió su vida hasta que Sigfredo, su hijo mayor, alcanzó la edad de catorce años y se convirtió en un elegante joven de ojos azules al igual que ella; lo convirtió en su inseparable compañero y comenzó a dormir en la misma cama, hasta convertirlo en su amante. No permitía la viuda madre que ninguna otra mujer del vecindario pusiera los ojos sobre su hijo y segundo marido, pues le asaltaba el temor que su felicidad fuera invadida por alguna chica casadera del lugar. Así fue pasando el tiempo hasta que Esteban, segundo de sus hijos alcanzó los catorce años, era indudablemente dueño de una mejor estampa que la de su hermano mayor, joven de grandes facultades y de finos modales, todo lo anterior despertó el interés de su ya depravada madre hasta llega a intentar realizar lo mismo que con su hermano, es decir, convertirlo en su amante. Esteban que era un muchacho de sana moral, rechazó totalmente las pretensiones de su medre, pues él a pesar de su ignorancia, sabía y entendía muy bien ella era su madre y como tal no podía ser su amante. El rechazó de Esteban causó tanta decepción en la mujer, pensó, al igual que lo hubiera hecho con su marido, que si no era para ella no sería para ninguna otra mujer. Con el pasar del tiempo la viuda Candelaria murió y al subir a rendirle cuentas al señor Supremo. Este la castigó condenándola a errar por la sabana convertida en bola de fuego, que pierde a los caminantes. Otra versión dice que es el espíritu de una mujer que decapitara a su único hijo que iba a ser obispo, por lo cual fue condenada a errar por los caminos, convertida en la bola de fuego, que pierde a los caminantes. La bola de fuego se acerca a al caminante solitario, el cual debe maldecirla ya que cualquier rezo la atrae. Otra forma de evitar la persecución es llevando el cabo de soga arrastrando, como también desmontarse del caballo y tenderse boca abajo hasta que se aleje. En cuanto a la frecuencia de su aparición se dice que la bola fuego es constante en la semana del concilio (semana antes de semana santa y que se denomina en el llano como la de buscar comida). También aparece con frecuencia en los meses de verano, por lo que se ha considerado que es un producto de la ilusión óptica, producida tal vez por el reflejo del sol en las secas sabanas de Arauca.


LA PATASOLA



La Leyenda Cuentan que en cierta región del Tolima Grande, un arrendatario tenía como esposa una mujer muy linda y en ella tuvo tres hijos. El dueño de la hacienda deseaba conseguirse un conserje y llamó a uno de los vaqueros de más confianza para decirle: vete a la quebrada y repara entre las lavanderas, la mejor; luego me dices quién es, y cómo es.

El hombre se fue, las observó a todas detenidamente, -que en mayoría eran viejas y feas-, al instante distinguió a la esposa de el vaquero compañero y amigo, que fuera de ser la más joven, era la más hermosa. El vaquero regresó a darle al patrón la filiación y demás detalles sobre la mejor. Cuando llegó el tiempo de las "vaquerías" o “herranzas' el esposo de la bella relató al vaquero emisario sus tristezas, confío sus cuitas quejándose de su esposa que la notaba fría, menos cariñosa y ya no le arreglaba la ropa con la misma asiduidad de antes; vivía de mal genio, era déspota desde hacia algunos días hasta la fecha que le provocaba irse lejos..., pero le daba pesar con sus hijitos.

El vaquero sabedor del secreto, compadecido de la situación de su amigo, le contó lo del patrón, advirtiendo no tener él ninguna culpabilidad. El entristecido y traicionado esposo le dio las gracias a su compañero por su franqueza y se fue a cavilar a solas sobre el asunto y se decía: si yo pudiera convencerme de que mi mujer me engaña con el patrón, que me perdone Dios porque no respondo de lo que suceda. Luego planeó una prueba y se dirigió a su vivienda.

Allí contó a su esposa que se iba para el pueblo porque su patrón lo mandaba por la correspondencia; que no regresaba esa noche porque como ya las sombras del crepúsculo caían, al regresar tarde le daba miedo pasar por "El zanjón de los muertos". Se despidió de beso y acarició a sus hijos. A galope tendido salió por diversos vericuetos para matar tiempo. Llegó a la cantina y apuró unos tragos de aguardiente eso de las nueve de la noche se fue a pie por entre el monte y los desechos a espiar a su mujer. Serían ya como las diez de la noche, cuando la mujer, viendo que su marido no llegaba, se fue para la hacienda en busca de su patrón.

El marido, cuando vio que la mujer se dirigía por el camino que da al hato, salió del escondite, llegó a la casa, encontró a los niños dormidos y se acostó. Como a la madrugada llegó la infiel muy tranquila y serena. El esposo le dijo: ¿" De dónde vienes?". Ella con desenfado le contestó: "De lavar unas ropitas...". -¿De noche?- Cortó el marido. A los pocos días, el burlado esposo inventó un nuevo viaje. Montado en su caballo dio varias vueltas por un potrero y luego lo guardó en una pesebrera vecina. Ya de noche, se vino a pie para esconderse en la platanera que quedaba frente a su rancho. Esa noche la mujer salió, pero llegó el patrón a visitarla. Cuando el rico hacendado llego a la puerta, la mujer salió a recibirlo y se arrojó en sus brazos, besándolo y acariciándolo.

El enfurecido esposo que estaba viendo todo; brincó con la peinilla en lo alto y sin dar tiempo al enamorado de librarse del lance, le cortó la cabeza de un solo machetazo. La mujer, entre sorprendida y horrorizada quiso salir huyendo, pero el energúmeno marido le asestó tremendo peinillazo al cuadril que le bajó la pierna como si fuera la rama de un árbol. Ambos murieron casi a la misma hora. Al vaquero le sentenciaron cárcel, pero cuando salió de ella que al poco tiempo, volvió por los tres muchachitos y le prendió fuego la casa. Por eso las gentes aseguran haberla visto saltando en una sola pata por sierras, cañadas y caminos, destilando sangre del cuadril y lanzando gritos lastimeros. Es el alma en pena de la mujer infiel que vaga por montes, valles y llanuras, que deshonró a sus hijos y no supo respetar a su esposo.


LA SAYONA


Había una vez un par de ancianos que tenían solamente una hija, a la cual adoraban y se plegaban a sus más exigentes caprichos. Era una joven muy hermosa y se llamaba Sarona. A Sarona le gustaba ayudarle al cura en los quehaceres de la casa cural. Fue así como en cierta ocasión, la joven limpió la sacristía, la iglesia y terminó demasiado rápido, se puso a ver que podía hacer para matar el tiempo, pero no había nada más que hacer. De pronto Sarona se quedó viendo los hábitos ornamentales del cura que estaban colgados en un perchero, algo cruzó por su mente, una idea maléfica. -Voy a hacerle una travesura a este cura, se dijo. Buscó presurosa una tijera hasta que la encontró, cogió las prendas, se aplastó en el piso de la sacristía y comenzó a cortar en pedacitos todas aquellas prendas sagradas. La tarea la divertía a medida que miraba crecer el montón de retazo y más retacitos que al fin terminó soltando una risotada. Más tarde llegó el cura corriendo a celebrar la misa y cuando buscó sus prendas ornamentales, no podía dar crédito a lo que estaba viendo. Allí en el suelo y hechas pedacitos yacían sus ropas del santo oficio. El sacerdote montó en cólera y gritó preguntando:¿Quién ha hecho esto? -Yo, respondió la joven con una sonrisa retozándole en los labios. El sacerdote la interrogó de nuevo: -¿Y por qué ha hecho usted eso? -Simplemente porque me dio la gana, respondió ella, con una frescura intolerable que irritó demasiado al cura. El religioso hincó rodilla en tierra y la maldijo una y otra vez: -¡Eres un engendro demoníaco, eres un horror de mujer que asustas!, dijo el cura en sus últimas palabras contra la autora de aquella ofensa que consideraba imperdonable.
La linda joven salió de allí sintiendo que algo pesado se apoderaba de su cuerpo y de su alma y en efecto, estaba sufriendo una transformación. Empezaron a crecerle los dientes, las uñas de las manos y su lindo rostro se tornó apergaminado Los padres al verla quedaron espantados. Ella se escondió en su alcoba y no dejaba entrar a nadie, pero había algo impresionante que no podía calmar, un hambre desesperada por comer carne cruda, se comía las gallinas, los marranos, los perros, después las reses, los burros, los caballos, era insaciable noche y día. Así que por las noches salía de cacería y comenzó a devorar a las personas. Las gentes del pequeño caserío aterrorizadas se preguntaban, qué fiera sería aquella, porque Sarona se convertía en fiera, atacaba como un tigre, como un león, como un oso y en poco tiempo su pequeño vecindario desapareció, almorzándose al señor cura de último, después de haberse comido a sus padres y a sus hermanos, solamente faltaba uno que se encontraba ausente. Pero un día llegó el hermano y cuando miró a lo que supuestamente era su hermana Sarona, lanzó un grito con la palabra atragantada en la garganta que sonó algo así como: -¡Sayona...!.
-Si hermanito, respondió, te esperaba porque me estoy muriendo de hambre. El joven preguntó por sus padres, ella le respondió: -De ellos nada queda, solamente la calavera de mi papá que hace días me estoy royendo para no morirme de hambre, pero llegaste tu hermanito y tendré comida, primero me comeré tu caballo, luego tu serás mi sobremesa. El joven quedó paralizado de terror viendo como aquella mujer horrorosa se convertía en fiera. Lo agarró y lo metió en la alcoba que fuera de sus padres, donde habían huesos humanos por todas partes y le ordenó: -Coge la guitarra que está colgada en la pared, toca todo el tiempo mientras me como tu caballo, no pares de tocar para oírte y saber que estás ahí. Le puso un candado a la puerta y se dispuso a devorarse el noble bruto.
-¡Dios mío!, clamaba el joven, ¡ayúdame! Ella le gritaba, -¡Sigue tocando la guitarra hermanito, no pares de tocar! En esto salió un ratoncito por un hueco de la pared de la alcoba y le dijo al joven: -¡Corre buen hombre!, escapa rápido porque te comerá apenas acabe con el caballo. -¿Pero cómo puedo escapar, ratoncito querido? Dijo el joven, si dejo de la guitarra, ella entrará enseguida y acabará conmigo. -Yo tocaré la guitarra por ti, se ofreció el ratoncito. Por donde me viste salir, empuja con fuerza la pared y se abrirá un hueco por el cual puedes salir, eso sí, corre con todas tus fuerzas, escapa y corre sin parar.
Un momento después, el joven hermano de la Sayona iba corriendo por el campo, ella gritaba que tocara más fuerte que casi no lo oía, y era que el ratoncito se paseaba de punta a punta por el encordado de la guitarra arrancando con sus patitas una extraña melodía con un solo sonsonete, churrinnn, Churrínnn... La Sayona se apresuraba y el ratoncito tocaba sin parar. Churrínnn, churrinnn, Churrínnn. Hasta que la Sayona no se aguantó y vino a la alcoba. Cuando abrió la puerta y miró al ratoncito corriendo sobre las cuerdas de la guitarra, ahí finalizó el primer concertista ratoniano que haya tenido historia en los llanos. Pero a la Sayona no se le iba ninguna presa, así corriera y se escondiera. Ella era un felino de larga carrera, de movimientos elásticos y persistentes. Entonces corrió siguiendo el rastro del fugitivo, hasta que lo encontró trepado en un árbol delgado pero muy encumbrado. Una vez localizada su presa, se tendió a descansar la llenura del banquete del caballo, aunque su apetito jamás se saciaba. -¡Baja de ahí hermanito!, le ordenó. ¡No, se negó el joven! -Baja, baja, porque si no bajas, yo te bajaré. -No bajaré fiera maldita, le dijo.
-Bueno, llegó tu hora. Y la Sayona usó sus largas uñas y sus largos y agudos dientes sobre el tronco del árbol hasta derribarlo y acabar con el único ser viviente de aquel pequeño vecindario. Cuentan que Sarona, después de haber devorado al último miembro de su familia, se echó a morir y murió lanzando alaridos de hambre. Tiempos después de su muerte, su esqueleto se irguió y salió a espantar a todos los borrachos que se quedan tomando hasta después de la media noche. Y dicen que al mirarla por la espalda, su belleza es cautivadora, es una beldad que hechiza a los hombres, es la belleza de la joven Sarona, a quien su hermano atragantado de horror la nombré Sayona.



JUAN MACHETE


Cuenta la vida del hombre que quería ser el más poderoso de la región, su nombre era Juan Francisco Ortiz, amo y señor de las tierras de la Macarena. Este señor hizo un pacto con el diablo en el cual le entregaba su mujer e hijos, a cambio de mucho dinero, ganado y tierras. El diablo le dijo a Juan que agarrara un sapo y una gallina, a los cuales debería cocerles los ojos y enterrarlos vivos un Viernes Santo a las doce de la noche, en un lugar apartado, luego debería invocarlo de alma y corazón. Juan cumplió con lo encomendado. Pasando varios días, el hombre se dio cuenta que los negocios prosperaban. Una madrugada se levantó temprano, y al ensillar su caballo divisó un imponente toro negro, con los cuatro cascos y los dos cachos blancos. Pasó este hecho desapercibido y se fue a trabajar como de costumbre . En la tarde regresó de la faena y observó que el toro todavía se encontraba merodeando la casa. Pensó "será de algún vecina". Al otro día lo despertó el alboroto causado por los animales, se imaginó que la causa podía ser el toro negro. Trató de sacarlo de su territorio, pero esto no fue posible porque ningún rejo aguanto. Cansado y preocupado con el extraño incidente se acostó, pero a las doce de la noche fue despertado por un imponente bramido. Al llegar al potrero se dió cuenta que miles de reces pastaban de un lado a otro. Su riqueza aumentó cada vez más. Dice la leyenda durante muchos años fue el hombre más rico de la región. Hasta que un día misteriosamente empezó a desaparecer el ganado y a disminuir su fortuna hasta quedar en la miseria. Se dice que Juan Machete después de cumplir su pacto con el diablo, arrepentido enterró la pata que le quedaba y desapareció en las entrañas de la selva. Cuenta la leyenda que en las tierras de la marranera deambula un hombre vomitando fuego e impidiendo que se desentierre el dinero de Juan Machete.


MUELONA



Cuentan los cronistas que en la Época de la Colonia, se diseminaron por el país las mujeres españolas, que aunque muchas eran buenas, el resto era de pésimos antecedentes. Algunas de estilo gitana eran perversas corruptoras que ocasionaron perjuicios lamentables a familias modestas, engañando niñas inocentes y arruinando a hombres que poseían cuantiosas fortunas.
Una de tantas, con el mote de "Maga", estableció su negocio resolviendo consultas amorosas, arreglando, o mejor, desbaratando matrimonios, echando e! naipe, leyendo las líneas de la mano, en fin, todo lo que fueran artimañas. Cuando conoció mucha gente y tenía mucha clientela, ensanchó el negocio con una casa de diversión; allí conquistaba cándidas palomas y limpiaba los bolsillos de altos representantes del rey de España, no dejando de lado "los criollos" más adinerados.
La suma de atrocidades cometidas por la pérfida mujer fueran incontables. Ella enseñó a las jóvenes a evitar la maternidad; cayó la ruindad en centenares de hogares; se acotaron ingentes fortunas y vino como consecuencia la depravación, las enfermedades venéreas y esposas abandonadas.

Cuando murió la disoluta maga', la casa se llenó de un olor nauseabundo, hasta el punto de tener que abandonarla inmediatamente.
Una de las mujeres preferidas por la muerta se arriesgó a quedarse aquella noche para recoger algunos utensilios, trajes y joyas.
Apenas apagó la bujía para acostarse, una bandada de vampiros invadió la estancia y una voz cavernosa se oyó en el dormitorio: tengo que vengarme de los hombres jugadores y perniciosos ¡Malditos...! ¡De las mujeres livianas y descocadas...! ¡Malditas...! ¡Fueron mis victimas en la tierra...! ¡Lo serán conmigo en el infierno... ¡Soy la Muelonaaa! ¡Óiganlo bien...! ¡Malditos... ¡
La indefensa mujer no podía prender el candil porque el aleteo de los quirópteros apagaban la yesca, a la vez que le azotaban la cara. Ya desesperada y horrorizada salió gateando a la calle, para contar alarmada lo que acababa de presenciar.
Las autoridades tuvieron que prender fuego a la casa maldita, para dar paz y tranquilidad a los vecinos quienes vivían inquietos y mortificados con aquella casa de escándalos y vicios.











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